La antropología, como la mayor parte de otras ramas de la filosofía moderna, habita en el vacío cartesiano. Mientras que la mayoría de los antropólogos parecen resignados al hecho de que la separación de la mente del cuerpo es intelectualmente inevitable, incluso analíticamente necesaria, otros han sido perturbados por el flujo de datos etnográficos en el mundo entero lo que se sugiere es que esta distinción no es epistemológicamente universal. Este ensayo especulativo considera como estos exóticos acuerdos pueden aconsejar sobre la forma en que puede ser acortado esta brecha cartesiana. Lukoho, un niño de África Oriental, que es su propio abuelo, al parecer derriba la premisa cartesiana que una persona (o la mente, o el alma, o una entidad intangible similar) normalmente no puede habitar más que un cuerpo. La explicación que más fácilmente ofrecen los antropólogos es que es una relación simplemente metafórica, una manera de decir: para algunos propósitos un Lokoho es considerado como el otro. Este artículo propone que los fenómenos que nos imaginamos discretamente como "mente" y "cuerpo" en tales casos podrán ser mejor interpretados como propiedades emergentes de la vida humana, imaginadas no como transición individual desde el nacimiento hasta la muerte, entendida como un proceso de convertirse en lo que necesariamente pasa entre la gente,y en el cual las identidades personales pueden temporalmente emerger
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