Como arqueólogos, tenemos que olvidar lo mucho que nuestras experiencias cotidianas marcan nuestros conocimientos potenciales de las culturas pasadas. En lugar de darlas por sentadas, es necesario analizar esas experiencias para poder reconocer debidamente que nuestros propios pasados tienen un papel preponderante en le obtención del conocimiento arqueológico, a partir de los métodos con los que recuperamos y registramos nuestros datos con los tipos de investigaciones que consideramos dignas de esfuerzo. Si bien se reconoce fácilmente que nuestras decisiones y los procesos de pensamientos han tenido una génesis en los enfoques arqueológicos y teóricos que vinieron antes, todavía queda un buen corpus de conocimiento cultural y de experiencias ignorado. Con el fin de solucionar esta disparidad, las investigaciones reflexivas meticulosas del mundo diario de cada arqueólogo pueden servir para profundizar en factores menos formales que conformen las trayectorias de la investigación, ofreciendo puntos de vista alternativos y sacando a la luz los componentes ocultos de la experiencia. En este trabajo se comenta un ejercicio crítico de pensamiento que examina la utilidad de las descripciones de las experiencias comunes contemporáneas, empleando distintos medios y técnicas documentales para evaluar nuestras interpretaciones del pasado