Desde 1550, con la fundación del Nuevo Reino, se conformó un imaginario que configuró una topología moral del territorio basado en la oposición tierras altas-tierras bajas que se expresaría en una visión de los bosques tropicales como regiones habitadas por Gentes bestiales y como territorios inaptos para la civilización. A partir de la segunda mitad del siglo XIX se reforzó con nuevos argumentos, la visión de la selva como un espacio en el cual arden las pasiones y el pasado prehispánico como un tiempo signado por las invasiones caribes que amenazaron el orden civilizatorio muisca.
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