Todos los combatientes, en todos los tiempos, tarde o temprano llegan a acuerdos, aunque sean efímeros, por la necesidad de salvar aspectos fundamentales de la condición humana. El grado de sinceridad puede ser variable, pero aun cuando se sospeche de las intenciones del rival, es conveniente fijar normas y dejar a salvo algunas medidas útiles y humanitarias. Puede ser que la desconfianza ronde en los tratos y que uno o ambos involucrados busquen sacar ventajas bélicas, burlando la buena disposición del otro. Aun de esa manera vale la pena intentar acuerdos, porque irán señalando caminos y redundarán en experiencias beneficiosas, que a la larga pueden significar formas de acercamiento y de mayor comprensión. Al fin habrá un mutuo provecho.
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