Las posibilidades económicas y técnicas del mundo actual permiten realizar, sin inversiones mayores, proyectos sencillos de arte contemporáneo capaces de estimular la convivencia con la experiencia estética de muchas maneras inesperadas y extraordinarias. Hoy es perfectamente posible sentir el arte contemporáneo no solamente como algo cercano sino como algo propio, en todas sus múltiples formas, en su levedad, en su fragilidad o en su fuerte presencia, en su apropiarse de los elementos de la vida cotidiana, de la intimidad o del erotismo, en su simplicidad o en su simbolismo, en su peculiar manera de incitar al descubrimiento, en su delicadeza o en su ironía, en su decidida intención de escapar a la banalidad del discurso ideológico. Puede parecer necesario, hoy, revisar la noción de espacio público en relación con el arte o, -más precisamente- en relación con las prácticas del arte contemporáneo. En principio se entiende por espacio público el espacio físico que se recorre al movilizarse en la ciudad, espacio que está siempre unido a su trama urbanística y arquitectónica, una trama construida a través de la historia y que se encuentra en constante proceso de transformación, un espacio que se usa en forma compartida.
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