En la ciudad que ahí yace, aparece, en este siglo, la casa abierta; la mujer sale a la calle, la casa se queda sin vigilante, parece que todo se ha trastocado. La mujer requerida por el amo traspasa el umbral para buscar al amo grande, al gran Otro, a aquel al cual su representante obedece desde siempre, el que está afuera, el que dispuso el orden de la ciudad, el que participa del espacio de lo público. Pero la casa abierta también, invita al hombre entrar así como el espacio de afuera empieza a ser comportartido por ambos, el espacio de adentro se vive de diferente manera, los discursos se transforman, y ambos pueden quedar sometidos al amo más fuerte que demanda su presencia, o sometidos al amo más fuerte que demanda su presencia, o sometidos a encontrar un nuevo orden que contenga la posibilidad de cada uno como morada y como moradores. En ese reconocimiento y construcción, una nueva trama de ciudad debe denotarse, con espacios para el deseo y el goce, sin implicar la reclusión de uno de los participantes del espacio de lo íntimo.
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