Desde hace ya algunos años, las investigaciones vinculadas a la historia de los museos apuntan a la necesidad de observar y analizar las prácticas reales desarrolladas en el interior de estos espacios e insisten en señalar la paciencia de repensar el rol de actores que durante largo tiempo no fueron considerados protagonistas en la producción de conocimiento científico. Esa nueva mirada permite trascender las tradicionales historia institucionales para sumergirse en el estudio de los personajes, las tradiciones y las contradicciones que se esconden tras los objetos y las colecciones. Lejos de esa ilusoria imagen que vincula el nacimiento y desarrollo de los museos a proyectos científicos extremadamente organizados, lo cierto es que en la consolidación de numerosas instituciones museísticas el papel jugado por los aficionados científicos vocacionales ha sido determinante. Esto es especialmente evidente en el caso de los museos etnográficos. Por esta razón, si no se profundiza en las conexiones y las alianzas (generalmente informales) establecidas por sus directores con eso agentes radicados dentro y fuera de la comunidad de referencia, no pueden entenderse los procesos de formación y ampliación de las colecciones museísticas. Es preciso, por tanto, examinar los discursos y las prácticas asociadas a los prestando especial atención a las redes de intercambio y de provisión de datos y de artefactos establecidas entre estas instituciones y sus variados donantes, a las jerarquías y relaciones creadas en torno y a partir de los objetos y, claro está, a las contingencias y a los acontecimientos inesperados.
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